Amemos a Jesús por su grandeza divina, por su poder en el cielo y en la tierra, y por sus méritos infinitos, pero, también y sobre todo, por motivos de gratitud. Si hubiera sido con nosotros menos bueno, más severo, ¡seguro que habríamos pecado menos!. . . Pero el pecado, cuando le sucede el dolor profundo de haberlo cometido, el propósito leal de no volverlo a cometer, el sentimiento vivo del gran mal que con él hemos causado a la misericordia de Dios; cuando, heridas las fibras más duras del corazón, se consigue que de ellas broten lágrimas ardientes de arrepentimiento y de amor, el mismo pecado, hijo mío, llega a convertirse en peldaño que nos acerca, que nos eleva, que de forma segura nos conduce a él . (Padre Pío; Buenos Días, 9 junio)